Palabra de joven: Ciento noventa y siete

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Suena la histórica campana en Palacio Nacional mientras un país entero posa su mirada sobre el hombre inmortalizado en el imaginario colectivo como la personificación de la ignorancia y la traición a los principios del México posrevolucionario; un estado fuerte y paternalista, ahora sojuzgado por la intervención extranjera y la fiscalización de las instituciones sindicales que, de origen, le dieron fuerza y legitimidad a un costo tremendo: el estigma de la corrupción.

Esta idea ha llevado a una pérdida de fervor nacional por falta de disociación entre gobierno y estado. El mes patrio es el momento predilecto para la reflexión sobre el rumbo de México, sobre todo si se toma en cuenta la encrucijada actual entre el presunto neoliberalismo y el regreso de organizaciones que apenas se comenzaban a desdibujar. No se trata de hacer apología de la mediocre administración peñista, sino de la observancia histórica más allá de la bipolaridad enseñada en las aulas de instrucción básica, que es, a postre, el entender que tiene la mayoría de los mexicanos sobre ella misma; la mexicanidad trasciende posturas y colores.

Este esquema se presenta en cada una de las transformaciones de la nación mexicana, donde alguna habría de prevalecer: la Conquista en la dicotomía indígena-española, donde se ejemplifica la concepción del mexicano como ente abnegado, vencido por huestes externas, legítimo poseedor de las tierras que reivindicaría en el siguiente estadio, la independencia, donde esta simplificación omite que tres siglos de control peninsular habían llevado al sincretismo entre ambos componentes; una lucha cuya motivación fue la restauración de Fernando VII y cuya casta dirigente en su apertura y culminación fue la criolla.

La tercera transformación, la República Restaurada, fue el cierre de las pugnas entre dos bandos, nuevamente, el centralismo y federalismo, cuyos actores eran tan cambiantes como pasara el poder de manos, y que concluyó con la dictadura juarista, allanadora del camino para la consolidación del proyecto mexicano a través del incomprendido Porfiriato; un México moderno construido sobre los huesos de millones. Su meritocracia positivista era el villano predilecto para una gesta revolucionaria que, de otra manera, no hubiese tenido razón de ser.

Sin embargo, esta idea romántica del pueblo contra la tiranía no duró más de un año, y terminó con un caudillismo que llevaría al México institucional. En esta fase germinó la idea de la simplificación histórica a través de la batuta vasconcelista; elemental, universal y servidora de un régimen de cañonazos de cincuenta mil pesos y populismo gestor de México bajo un esquema monopartidista hasta la alternancia, que muchos consideran artificial, ineficiente, y, por herencia, corrupta.

Porque este calificativo ha sido la máxima de los gobiernos contemporáneos en busca de legitimidad histórica, al basarse en la descomposición de la verdad para tal cometido. Con el advenimiento de la tecnología, estas fallas son más evidentes, acrecentadas a través de la ficción con motivos políticos que aumenta las inquietudes de 130 millones de personas y presenta una salida fácil, dicotómica, herencia de la ortodoxia histórica mexicana y que ha apelado a la mitad del electorado nacional para regresar a los tiempos del carro completo.

México debe de rebelarse contra esa concepción de vencido que allana a ciertos sectores, sobre la cual capitaliza el populismo. Las condiciones pueden ser más adustas que en otras regiones del mundo, mas el cambio es de condición volitiva e histórica. El país debe desmarcarse de la noción que dice que el inicio de una gesta bien puede ser su conclusión: a México le faltan 3 años para su Bicentenario; al presidente electo, cumplir sus promesas y recurrir a las acciones y no a las excusas.

La sexta transformación nace de la protesta al régimen actual y ha cimbrado a la nación en un clima tenso. Ahora, su tarea es restaurar la fe de los mexicanos en las instituciones que sus propios iniciadores se encargaron de denostar. La información a la que la ciudadanía tiene acceso en la actualidad, sin embargo, evitará la consolidación de una tiranía de partido único, si se tiene verdadera conciencia de los claroscuros que conformaron nuestra historia.

Porque ser mexicano es cuestión de orgullo, que va más allá de los dos bandos en los que nos han adoctrinado. No se trata de quién enuncie una postura, sino de su análisis y discusión objetiva con una meta común: encaminar a México hacia su tercer siglo de historia independiente.

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Autor: Aldo Sainz, estudiante de la Licenciatura en Derecho y becario en el Departamento de Comunicación y Relaciones Públicas de CETYS Universidad, Campus Mexicali.

 

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