“Si pudiera lo volvía a repetir todo”

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Uno creería que todo México, por tener un solo idioma, profesar en su mayoría una sola religión o por el simple hecho de ser un país, comparte una sola cultura. La realidad es que la cultura, las tradiciones y las costumbres cambian de ciudad a ciudad, de estado a estado. Ensenada está perdida entre varias culturas, como en medio de dos mundos; creo que es resultado de la inmigración y su existencia tan cercana a la frontera, y su comida no tiene mucho que ver con la realidad del resto del país. Vivir -no solo visitar- el centro del país, la Ciudad de México y darme la oportunidad de conocerlo con todo y sus defectos fue una experiencia mucho más gratificante de lo que esperaba. Si alguien duda de lo que un intercambio nacional puede hacer por tu educación o por tu crecimiento personal, yo les pido que lo consideren dos veces. Yo llegué sola a Coyoacán, Distrito Federal, a estudiar en la Universidad del Valle de México (UVM). Como siempre, uno llega a cualquier lugar nuevo con prejuicios y ésta no fue la excepción; yo pensaba que por ser una ciudad de verdad (grande, con edificios altos, mucha gente, el metro, muchos museos, muchos cines, muchos restaurantes, mucho de todo), me iba a costar mucho trabajo acostumbrarme a la vida de ahí, sobre todo al estrés que el tráfico y el ruido acarrean; tenía miedo de la gente, de la violencia que se habla en la tele, pero según yo iba lista para todo; iba buscando aventuras, quería probar lo que era vivir sola, encontrar una nueva perspectiva, otra visión y mucha comida. En el transcurso de un semestre encontré amistades nuevas, gente diferente y una escuela que no tiene mucho que ver con la que estoy acostumbrada. ¡Ah!, y mucha comida. El campus de UVM que me tocó conocer era muy grande, tenía cajero ATM y con decirles que Fobia fue a tocar a mi escuela. El ritmo de vida no me pareció tan ajetreado como lo hacen creer a uno en las noticias o la tele; sí, todo el mundo camina rápido o esta apurado, pero la gente no es indiferente como en otros lados; te voltean a ver, te pueden sonreír en la calle, te piden dinero, te gritan piropos, te acosan para venderte cosas a diez o cinco pesos, pero no te sientes invisible nunca a pesar de estar entre la muchedumbre. El centro histórico se convirtió en mi lugar favorito para perder el tiempo, las tortas de chilaquiles de la condesa y las quesadillas de queso con chicharrón que vendía la vecina se convirtieron en la base de mi comida durante mi estancia. Conocí Teotihuacan, el Palacio Nacional, la Ciudad Universitaria; pasé el día de muertos en Mixquic, fui a todos los museos que pude, al lago de Chapultepec, a pasear en las trajineras en Xochimilco; vi murales de Orozco, Diego Rivera y Siqueiros; se me presentó la oportunidad de viajar a Guanajuato y a Guadalajara y no las desaproveché. Si pudiera lo volvía a repetir todo, el intercambio nacional yo se los recomiendo a todos.

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